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UN DIA EN LA HISTORIA

EL FUGAZ PERO FATAL ENCUENTRO DEL INDIO AGUALONGO CON EL CORONEL MOSQUERA.

 

Por Jairo Gutiérrez Ramos
Doctor en Historia, Universidad Nacional de Colombia. Profesor, Escuela de Historia, Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga.
 




Tomado de:


Revista Credencial Historia.
(Bogotá - Colombia).
Edición 211
Julio de 2007

El 1 de Junio de 1824 una avalancha inesperada bajó por el río Patía con rumbo a Barbacoas. Se trataba de la desesperada tropa que, bajo el comando del indio pastuso Agustín Agualongo, esperaba tomar la ciudad y apoderarse del oro almacenado allí con destino al Ejército del Sur comandado por Bolívar. Al mando de la plaza se encontraba un aristócrata payanés, el coronel Tomás Cipriano Mosquera. Sería la primera y última vez que los dos coroneles, el uno realista y el otro republicano, se enfrentarían en un campo de batalla, pero para ambos, este fugaz pero feroz encuentro tendría consecuencias irreparables.

Retrato imaginario de Agualongo, de autor desconocido,

reproducida en la carátula del libro “Agustín Agualongo y su tiempo”,

de Sergio Elías Ortiz (Pasto: La Otra Memoria, s. f.

1. La dilatada y meritoria carrera militar del indio Agualongo
Agustín Agualongo nació en el pueblo de indios de Anganoy, cerca de Pasto, en 1780. Según sus escasos e imaginativos biógrafos, en su infancia y juventud desempeñó diversos oficios propios de su clase y raza, tales como aguatero o pintor de brocha gorda, aunque no falta quien haya intentado “blanquearlo” y mejorar su estatus social: de este modo se ha pretendido metamorfosear al “indio bruto” que describen los generales patriotas, en un gallardo mestizo, dedicado a la pintura artística.
En todo caso, su carrera militar se inició tardíamente y desde abajo: después de los 30 años, en 1811, se vinculó a las milicias realistas para combatir a los revolucionarios quiteños. Desde entonces formó parte de todos los ejércitos realistas que desde el sur de la Nueva Granada se opusieron a la independencia. En 1812 combatió al lado de los negros patianos que recuperaron la ciudad de Pasto de manos de los republicanos y que terminó con el fusilamiento de Joaquín de Caicedo y Cuero y Alejandro Macaulay. En 1813 ya era sargento, y como tal participó en la toma realista de Popayán en 1815. Al año siguiente fue ascendido a teniente, y en 1820, después de la batalla de Guachi pasó a ser capitán. A fines del mismo año le fue confiada la jefatura civil y militar de la ciudad ecuatoriana de Cuenca, cargo que desempeñó cerca de un año. En 1822 participó en la batalla de Pichincha, y luego de la derrota de los realistas, fue licenciado por efecto de la capitulación general decretada por el general Sucre. Volvió a Pasto, que a mediados del mismo año fue tomada por las tropas republicanas al mando de Bolívar, acontecimiento que dio lugar a dos violentas rebeliones populares. En ambas tuvo una participación muy destacada Agualongo, quien a raíz de ello fue ascendido a coronel del Ejército Real.
La primera rebelión antirrepublicana se inició en septiembre de 1822, y fue dirigida por el coronel español Benito Boves. Su resultado fue desastroso para los pastusos, pues fue reprimida a sangre y fuego por las tropas del propio general Sucre en diciembre del mismo año. La forma inclemente en que fueron tratados la ciudad y sus pobladores solo condujo a una paz efímera, pues a mediados de 1823 se inició otro levantamiento, esta vez comandado por el indio Agualongo y Estanislao Merchancano, quienes, contra toda previsión razonable, derrotaron al general Juan José Flores y se tomaron la ciudad y restablecieron el gobierno realista. Y como si fuera poco, juntaron un ejército que inició una inesperada marcha triunfal sobre Quito, donde esperaban encontrar un importante respaldo político y militar.

Tipos de ejército del cauca.

Dibujo de A. de Neuville en Geografia Pintoresca de Colombia.

La experimentada y exasperada tropa republicana cercó la ciudad, acorraló a los rebeldes, y desató una inicua carnicería que, según los testigos, dejó en el campo más de 800 pastusos muertos.

Bolívar, quien se encontraba en Guayaquil, impaciente por partir hacia Lima, no pudo soportar tanta insolencia, y él mismo se puso al frente del ejército que se encargó de contener a los insurrectos en la ciudad ecuatoriana de Ibarra, que estos se habían tomado sin mayor esfuerzo. La experimentada y exasperada tropa republicana cercó la ciudad, acorraló a los rebeldes, y desató una inicua carnicería que, según los testigos, dejó en el campo más de 800 pastusos muertos, procurando dar cumplimiento al deseo del Libertador de “exterminar a la raza infame de los pastusos”.
Unos pocos rebeldes lograron escapar, y entre ellos Agualongo. Contra toda esperanza, este logró reorganizar los restos del ejército derrotado y, de regreso a Pasto, pudo reclutar algunos refuerzos. Con su menguada tropa sitió nuevamente la ciudad y, aunque finalmente fue derrotado, su tenacidad, su astucia y capacidad militar, llevaron a que el general Santander, encargado del gobierno republicano, enviara a Agualongo y Merchancano una carta conciliadora, ofreciéndoles una paz decorosa. Pero la propuesta fue desestimada y la desigual confrontación continuó hasta mediados de 1824, cuando Agualongo se vio forzado a intentar la toma de Barbacoas, en procura del tesoro allí acopiado para las tropas de Bolívar, y buscando la salida hacia el puerto de Tumaco, con la esperanza de hacer allí contacto con los corsarios realistas, españoles o peruanos.

El joven Tomás Cipriano de Mosquera y Arboleda.

2. La fulgurante y veloz carrera militar del coronel Mosquera
A diferencia de Agualongo, Tomás Cipriano Mosquera Arboleda nació en Popayán en 1798, en cuna de oro, y como miembro de la más opulenta y linajuda familia de la ciudad. Hijo de José María Mosquera Figueroa y María Manuela Arboleda Arrechea, primos y miembros ambos de linajes con pretensiones de ascendencia real. Tuvo por ello Tomás Cipriano una esmerada educación y la permanente protección y respaldo de su extensa y poderosa parentela. Al parecer hizo sus primeras armas, contra el querer de su familia, en el ejército de Nariño, en 1814. Pero, pese a las veleidades políticas de algunos de sus hijos, la prestancia social y el abultado patrimonio de José María Mosquera, hicieron que tanto los comandantes realistas como los patriotas, quisieran contar con su respaldo. Bolívar no fue la excepción, y cuando llegó por primera vez a Popayán, en 1822, procuró ganarse su amistad haciendo del joven Tomás primero su edecán, poco después su secretario privado, y dos años después, cuando este apenas contaba con 26 años, le confió el gobierno civil y militar de la provincia de Buenaventura. Para ello tuvo que hacerlo teniente coronel a las volandas, pero su apellido lo hacía merecedor de eso y más. Fue en el ejercicio de ese importante cargo que debió ocuparse de recoger el oro acopiado en Barbacoas para el Ejército del Sur. Y fue por eso que, sin estar suficientemente preparado para ello, debió enfrentarse a los desesperados restos del ejército de Agualongo.


General Tomás Cipriano de Mosquera y Arboleda.

3. El fatal encuentro
El 31 de mayo de 1824 se presentó en el puerto de Barbacoas la primera avanzada realista, pero la barcaza en que se trasportaban fue volada de un cañonazo. Al día siguiente el grueso de la tropa insurgente intentó tomar por asalto la ciudad, la cual fue intensamente asediada y finalmente incendiada. No obstante, Agualongo y sus hombres fueron derrotados, y los pocos sobrevivientes debieron contramarchar hacia el Patía. Entre ellos, herido en una pierna, iba Agualongo.
Por su parte, el coronel Mosquera recibió también una grave y dolorosa herida en la mandíbula, que lo obligó a una larga convalecencia y dejó una marca indeleble en su altiva y bien cuidada figura de dandi criollo.

4. El triste epílogo
La diosa Fortuna y la musa Clío suelen darle a cada uno “lo que se merece”, generalmente en puntual concordancia con el lugar que se ocupa en la escala social. Ello quizás nos ayude a entender por qué, mientras el sufrido coronel Agualongo fue fusilado en Popayán, sin mayores consideraciones, el señorito Mosquera fue ascendido en el escalafón militar y burocrático, pues de jefe civil de Buenaventura, pasó a ser Intendente de Guayaquil. Pero ni así pudo olvidar nunca su encuentro con Agualongo, pues pese a los esfuerzos de los más connotados cirujanos de la época, la fractura de la quijada y el agujero en la lengua que sufrió en Barbacoas, lo convirtieron para siempre en “El Gran General Mascachochas”.

Bibliografía

CASTRILLÓN ARBOLEDA, Diego. Tomás Cipriano de Mosquera, Bogotá: Planeta, 1994.

DÍAZ DEL CASTILLO, Emiliano. El caudillo. Semblanza de Agualongo, Pasto: Biblioteca Nariñense de Bolsillo, 1983.

HAMILTON, John Potter. Viajes por el interior de las provincias de Colombia, Bogotá: Colcultura, 1993.

MONTEZUMA HURTADO, Alberto. Banderas solitarias. Vida de Agualongo, Bogotá: Banco de la República, 1981.

ORTIZ, Sergio Elías. Agustin Agualongo y su tiempo, Bogotá: Cámara de Representantes 1987.

 

50 AÑOS DEL ATAQUE JAPONÉS A PEARL HARBOR.

Causas Y Consecuencias
Para La Sociedad Norteamericana



 Por: María Carrizosa de López

Tomado de: Revista Credencial Historia.
(Bogotá - Colombia). Edición 23
Noviembre de 1991

Pearl Harbor, como manifestación de un conflicto internacional, tuvo claros antecedentes internos y externos que afectaban la política y la expansión económica norteamericana. Los antecedentes y consecuencias del ataque japonés a Pearl Harbor permiten ubicarlo y entenderlo dentro del proceso histórico norteamericano y mundial. Pero es igualmente interesante, en términos del conocimiento histórico, analizarlo desde una perspectiva revisionista, en búsqueda del significado y de lo que representa la totalidad del episodio, en relación con los valores y el espíritu que supuestamente identifican la sociedad norteamericana.
En lo que se refiere concretamente a la guerra del Pacífico, entre Estados Unidos y Japón, iniciada tras el bombardeo japonés a Pearl Harbor, hay dos explicaciones básicas: desde el punto de vista del Japón, la guerra ofrecía perspectivas favorables para la expansión política y económica en el continente asiático; en tanto que, desde la conclusión de la Primera Guerra, los Estados Unidos venían ejerciendo su poder para limitar la expansión naval del Japón en el Lejano Oriente.
El Japón inició su carrera como rival de las potencias europeas a partir de la restauración de la dinastía Meiji en 1868; allí comenzó la transición hacia el Japón moderno, basada en la industrialización rigurosamente planeada, priorizando la estratégica. Simultáneamente se creó y se profesionalizó el ejército. La Primera Guerra le permitió avanzar enormemente en su desarrollo, pero la posguerra lo enfrentó al reacondicionamiento a la competencia europea y a las barreras norteamericanas que obedecían a la política de "alto al Japón". La crisis de 1929, al restringir y dificultar los mercados, ahondó el problema de este país con una base geográfica tan pequeña. La solución se presentó en el avance de un movimiento militarista con el objetivo de buscar la expansión militar en Asia. En 1937, el militarismo se impuso: eliminó la participación de los partidos políticos en el gabinete y desapareció el control parlamentario. Para la expansión existía, no obstante, un problema fundamental: la dependencia de abastecimiento externo de petróleo.
Para los Estados Unidos, el avance del Japón afectaba el balance de poder económico y político en el Lejano Oriente, dificultando, entre otras cosas, el usufructo de la política de "puerta abierta" al comercio en la China. Durante más de un año, con anterioridad a Pearl Harbor, el gobierno norteamericano ejerció medidas de presión económica para "desanimar" al Japón: embargo de envíos de metal para la industria nipona como consecuencia del pacto que Japón había firmado con Alemania e Italia; interrupción del comercio, incluyendo el petróleo, a raíz de la invasión japonesa a Indochina... En noviembre de 1941, la "intelligentsia" norteamericana sabía que Japón no se rendía y que pensaba atacar. En ese momento, ya el 25% de la industria norteamericana estaba destinada a la producción de guerra.


Primera página del "New York Times" con la noticia del ataque japonés a Pear Harbor, en Hawaii

Para las condiciones internas de Estados Unidos, la guerra también presentaba una buena oportunidad. El presidente Roosevelt era un internacionalista convencido de la importancia de aumentar la participación del país en el sistema económico mundial y la interdependencia política. Por otra parte, el "New Deal" no había logrado realmente la recuperación de la economía tras la crisis del año 29. A pesar de que la opinión pública se manifestaba contra la guerra, en octubre de 1940 se hizo el primer reclutamiento en tiempos de paz. En marzo de 1941 el presidente logró la autorización para prestar o arrendar armas a cualquier país cuya defensa fuera indispensable para los Estados Unidos. En septiembre, los submarinos nazis y los barcos americanos se enfrentaban en una guerra no declarada.

Diciembre 7 de 1941: rescate de sobrevivientes del acorazado "West Virginia", poco
después del ataque japonés, que dejó un saldo de 2.300 muertos en las fuerzas naval y aérea.

El clímax de toda esa situación fue el bombardeo del 7 de diciembre de 1941, en la base naval de Pearl Harbor, en Hawai, donde los japoneses destruyeron casi toda la flota norteamericana del Pacífico. Al día siguiente, el Senado votó por unanimidad la declaración de guerra.
En términos económicos, las consecuencias fueron óptimas: la movilización de defensa terminó por fin con la Gran Depresión y la producción se duplicó durante la guerra. Para 1943, dos terceras partes de la economía nacional estaban directamente comprometidas con el esfuerzo de guerra. El presupuesto federal aumentó de 9.4 billones en 1939 a 95.2 billones en 1945. Roosevelt se apoyó en los dirigentes de la industria para manejar la economía de guerra, impulsando enormemente el sector. Las 56 corporaciones más grandes recibieron las tres cuartas partes de los contratos de guerra; se suspendieron las demandas "antitrust", con lo cual aumentó la concentración y se fortaleció la relación de dependencia gobierno-capital.


El emperador Hirohito del Japón en traje ceremonial.

En el aspecto laboral, desapareció el desempleo y se abrieron oportunidades de trabajo para sectores marginados como las mujeres y los negros. Pero esos logros no resistieron la reincorporación de los obreros tradicionales, una vez cumplida la misión en la guerra. El patriotismo exaltado aumentó la hostilidad contra el obrerismo organizado y no contribuyó a debilitar la discriminación racial. No obstante, las justificarse su participación? ¿Era consecuente ideológicamente con los valores norteamericanos y con las condiciones que vivían algunos sectores de la sociedad? ¿Serían los elementos del nazismo, intervencionismo y racismo, fundamentalmente distintos del expansionismo e intervencionismo adelantados con éxito por Estados Unidos desde hacía mas de cincuenta años, o del rechazo y segregación que vivían los negros y otras etnias en el país? Mientras los análisis tradicionales no parecen presentar dudas en cuanto a la necesidad de movilizar al pueblo en defensa de valores superiores y contra la dictadura del fascismo y los horrores nazis, la historiografía crítica plantea, con convencimiento, argumentos que invitan a reflexionar a los lectores desprevenidos ideológicamente.
El historiador Howard Zinn, entre otros, se pregunta si es posible afirmar que quienes enfrentaban el nazismo representaban, en términos estrictos, algo fundamental distinto. La defensa del principio de no intervención era insostenible para los Estados Unidos. En un documento del secretario de Estado, Dean Rusk, presentado al Senado en 1962, para justificar las acciones en Cuba, enumera 103 anteriores intervenciones en problemas internos de otros países.

El coronel Hideo Ohira lee el anuncio de guerra con Estados Unidos,

hora y media después del ataque a Pearl Harbor

Almirante lsoroku Yamarnoto, comandante en jefe de la flota japonesa y estratega del ataque a  Pearl Harbor.

La ideología expansionista constituyó un movimiento político y cultural muy fuerte desde fines del siglo pasado en los círculos políticos, militares, empresariales, e inclusive dentro de los líderes campesinos que comenzaban a verse afectados por la saturación del mercado. La idea de que la necesidad económica implica una tendencia natural a la expansión, era ampliamente defendida. En ese "clima" el país se extendió por el Pacífico y el Caribe: definió esferas de influencia, impuso bases militares, derrocó gobiernos constitucionales. Cabot Lodge, amigo de Teodoro Roosevelt y miembro de una familia muy influyente, afirmaba en la prensa a fines de siglo: "En interés de nuestro comercio construiremos el canal de Nicaragua y para la protección del canal y beneficio de nuestra supremacía comercial en el Pacífico deberíamos controlar Hawai y mantener nuestra influencia en Samoa y cuando esté construido el canal, la isla de Cuba se convertirá en una necesidad. Las grandes naciones están absorbiendo rápidamente para su expansión futura y su defensa actual, todos los lugares desperdiciados del mundo. Es un movimiento en favor de la civilización y del progreso de la raza. Como una de las grandes naciones del mundo, los Estados Unidos no pueden quedarse atrás".


Nido de ametralladoras improvisado por los
norteamericanos en Hickam Field, Pearl Harbor.

El racismo, por otro lado, no ha dejado de tener impresionantes manifestaciones a todo lo largo de la historia norteamericana. No quiere decir esto que todo el pueblo esté comprometido con lo que para muchos son los peores vicios de la sociedad norteamericana. El argumento gira en torno a cómo el rechazo a éstos fue utilizado para movilizar una población que no quería participar en la guerra, por parte de quienes no estaban, en realidad, en capacidad moral de tomar esa posición. Incluso durante y después de la guerra, el racismo llegó a extremos lamentables. El prejuicio y la histeria que se desató contra ciudadanos norteamericanos de origen japonés produjo el arresto de más de 110.000 hombres y mujeres, nacidos de padres japoneses en la costa oeste, pero desde luego ciudadanos de los Estados Unidos. Fueron recluidos sin derecho a juicio y mantenidos como prisioneros en el interior del país durante tres años. Ni los descendientes de alemanes ni de italianos fueron confinados; el fundamento era que los de origen japonés, teniendo filiación étnica con el enemigo, eran mayor fuente de peligro que los que tenían ancestro "blanco".
Tanto el presidente Roosevelt, como el secretario de Estado Hull, se opusieron en 1934 a una resolución del Congreso norteamericano pidiendo al gobierno alemán la restauración de los derechos de los judíos. El antisemitismo alemán no justificaba la intervención. El esfuerzo de guerra tampoco justificó concesiones anti-racistas: durante los combates, la Cruz Roja, con aprobación del gobierno, separaba las donaciones de sangre "blanca" y "negra".

 


OTRO DÍA EN LA HISTORIA


El 2 de enero de 1929 fue un día histórico para la aviación colombiana.

En esta fecha Benjamín Méndez Rey, literalmente voló entre Nueva York y Bogotá,  en un  accidentado  recorrido, que sólo duró 42 días. 

 BANFOTOCOLOMBIA, recuerda este DÍA EN LA HISTORIA de Colombia.

El Espíritu de San Luis.

Por aquellos días Charles Lindbergh quien ya era famoso, estaba planeando otra de sus locuras. En su avión “El Espíritu de San Luis” quería volar sobre el Atlántico entre  Nueva York y París sin escalas. Logró su cometido y pasó a la historia.

 Motivado por esta hazaña, el piloto militar colombiano Benjamín Méndez Rey, considera la idea de realizar un vuelo entre Nueva York y Bogotá, proyecto en el que logra interesar a don Arturo Manrique, director del diario El Mundo Al Día. 

 Don Arturo Manrique promueve la suscripción de aportes en Bogotá y Nueva York para la compra del aeroplano que realiza  dicha travesía y el gobierno colombiano aporta los 20 mil dólares que faltan para comprar el avión Curtiss Falcon al que se llama “RICAURTE”.

Avión "Ricaurte" de Benjamín Méndez Rey.

Ceremonia de bautizo del avión "Ricaurte". De izquierda a derecha, Doctor Enrique Olaya Herrera, el periodista Carlos Puyo, el teniente Aviador Benjamín Méndez Rey y doña María Olaya Aya, quien actuó como Madrina. En la ceremonia de partida tambien se encontraba presente el escritor José Eustasio Rivera.

El 28 de noviembre de 1928 desde Rocky Way, parte el accidentado vuelo de 42 días con itinerario Nueva York – Jacksonville – La Habana – Puerto Barrios en Guatemala – Puerto Cabezas en Nicaragua – Colón en Panamá – y ya en Colombia, Cartagena de Indias – Barranquilla Girardot y Bogotá.

 El vuelo transcurre sin novedad hasta dejar La Habana pero al aproximarse a Puerto Barrios un inconveniente técnico retrasa el vuelo varios días.

 En Panamá es escoltado por una escuadrilla del Cuerpo Aéreo de los Estados Unidos con base en la zona del canal, donde una falla en el acuatizaje  ocasiona un segundo retraso.

 A finales de diciembre reanuda el viaje, pero una vez en Girardot el vuelo no puede continuar, así que el teniente Camilo Daza lleva otro avión hasta Girardot para que Benjamin Méndez Rey pueda concluir su histórico viaje. Finalmente aterriza el 2 de enero de 1929 en la Base Aérea de Madrid.

 Benjamín Méndez Rey recibe durante el recorrido diversos  reconocimientos y condecoraciones. La sociedad Bogotana y el comercio local ofrendan sus presentes al nuevo héroe de la aviación colombiana.

 MENDEZ REY nacido en 1889 en una familia campesina de Fómeque Cundinamarca, siendo adolescente se traslada a Bogotá en el ímpetu por buscar un mejor futuro. Allí consigue amigos y hace numerosos contactos que le permiten ingresar a la Escuela de Aviación Militar en Flandes como ensamblador de aviones.

Alumnos de la primera Escuela de Aviación de Flandes.

De izquierda a derecha Luis E. Sepúlveda, Marco T. Lizarazo,

Jean Jonnard, Justino Mariño y Benjamín Méndez Rey.

Rápidamente se familiariza con el oficio y posteriormente se le acepta como alumno. Al cierre de esta Escuela viaja a Barranquilla donde trabaja como mecánico de SCADTA. En su tiempo libre, otros empleos le permiten  ahorrar dinero con un solo propósito: ir a los Estados Unidos a estudiar aviación.

 Ingresa a la Factoría Escuela Aeronáutica Curtiss del estado de la Florida,  en el ramo técnico y con parte de lo que gana se paga los cursos de instrucción de vuelo.

El Departamento de Comercio de los Estados Unidos le expide la licencia de Piloto Civil Privado y es aceptado como oficial del Ejercito colombiano y comisionado para adelantar el curso de piloto militar en la base de Brooks Field, en San Antonio Texas.

Al final de su carrera rompe el Record de velocidad aérea entre Caracas y Bogotá que estaba en poder de Charles Lindbergh.

Benjamín Méndez Rey es sin duda el prototipo de los grandes aventureros que dieron brillo a los comienzos

de la aviación y promovieron su desarrollo. Es otro de los pioneros de la aviación colombiana.

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